Para mirar con todos los sentidos y algo más.
En la mirada de Lorena Velázquez hay una combinación profunda, nunca vista por mí con tal intensidad, de calma y drama. Hay contemplación del mundo y, detrás de lo contemplado, como vibrando en sus texturas, un escalofrío. Está menos, tal vez, en la imagen que en quien la goza. Pero es algo que late en la riqueza de superficies, en las texturas cálidas o frías, en la vastedad de un horizonte que, lo adivinamos, se extiende de manera similar mucho más allá de lo que por ahora vemos. Tal vez por eso sus imágenes siguen creciendo en cada uno conforme más se les mira. Es normal, me parece, que los fotógrafos encuentren y reproduzcan cielos dramáticos. Es muy poco común, en cambio, que los cielos y la tierra se vuelvan simultáneamente espejo dramático uno del otro con tormenta a la vista. Los árboles en sus ojos son hervidero del alma. Todas sus imágenes son composiciones precisas y a la vez abiertas a mil significados. Si un poema es una imagen detenida fuera del tiempo señalando con gracia, algunas veces incluso con fuerza herida, un momento o una experiencia excepcional, las imágenes de Lorena Velázquez son poemas, instantes de eternidad, dones divinos que en manos humanas se vuelven fotografías. Lorena Velázquez mira como quien sabe escuchar atentamente al mundo. Absorbe lo que ve pero al mismo tiempo se entrega a lo que mira. No es alguien que va de paso. Se deja tocar, se mezcla con todos sus sentidos en la piel accidentada del planeta. Hace que, inesperadamente, la tierra parezca cantar feliz y al mismo tiempo adolorida. Su honda “voz visual”, si la expresión es posible, canta desde el fondo del jardín que es su alma, su intención de ir más allá de lo evidente. Es decir, más allá de lo que cualquiera ve de prisa y, como dicen, a simple vista. Lorena, en cada una de sus fotografías, nos enseña a mirar.
Alberto Ruy Sánchez
Exposición individual, 74 piezas de gran formato en el Parque de la Providencia, Metepec, Estado de México, 2014 y 2015.